Gracias a la cortesía de los autores, todos eminentes especialistas, y a la de la joven traductora, incluyo aquí un texto que en principio iba dirigido a una audiencia estadounidense, pero que como saltará a la vista de los lectores también llama a la reflexión sobre el modo común de criar a los niños en muchas otras sociedades occidentales.
Además, seguramente servirá también para ilustrar que las investigaciones en el área del desarrollo moral, que hace una generación cobraron un nuevo auge (por no decir que "resucitaron"), tendían a destacar el rol de los razonamientos morales, mientras que ahora tienden a explorar otros factores, como el papel de las emociones, del juego y del contacto físico a temprana edad, incluyendo las creencias o prácticas comunes en cuanto a dejar que nuestros hijos lloren o impedirles que duerman con nosotros. Al respecto, obsérvese en la ilustración anexa una foto de un experto (y peludo) educador moral, aplicando una antigua pedagogía que la ciencia contemporánea empieza a redescubrir y reivindicar. J
El declive de los niños y del sentido moral [i]
Por
Darcia Narváez, Jaak Panksepp y Allan Schore [ii]
Traducción
de Rominia Araujo [iii]
Problemas que solían ser poco comunes se están volviendo
predominantes
Charles Darwin1
tenía puestas muchas esperanzas en la humanidad. Él señaló el modo singular en
que la evolución del ser humano fue impulsada parcialmente por un “sentido
moral”. Sus características evolutivas clave son los instintos sociales, el
placer de estar en compañía de otras
personas y el sentir simpatía hacia el prójimo. También a esto contribuyeron las
capacidades intelectuales, como la memoria del pasado y la habilidad de
contrastar los propios deseos con las intenciones de los demás. Todo lo cual
condujo al desarrollo de la conciencia y, después de la adquisición del
lenguaje, a la preocupación por la opinión de los demás y por la comunidad en
general.
El “sentido moral” planteado
por Darwin a menudo es interpretado como si estas características fuesen
universales entre los seres humanos2. Sin embargo, las investigaciones
empíricas han demostrado cómo la experiencia temprana y la relación entre los
niños o niñas y sus cuidadores influyen en el desarrollo o maduración de una
mentalidad comunitaria. Nuestro trabajo muestra que las raíces del
funcionamiento moral se forman muy temprano en la vida, durante la infancia, y
dependen de las cualidades afectivas de la familia3,4,5 y del apoyo de la comunidad6.
Hoy en día, las prácticas de crianza de los niños y los apoyos familiares (o la
falta de ellos) están socavando el desarrollo del sentido moral en los Estados
Unidos.
Esto se puede constatar en
un reciente estudio de UNICEF sobre el bienestar infantil en 21 países ricos —el
cual ubicó a los Estados Unidos en el puesto número 20 en cuanto a las relaciones del niño con sus familiares y
pares, y en el número 21 en materia de salud y seguridad7—; así como
por la proliferación de problemas infantiles8,9 y por el creciente
número de prisioneros10. Además, la empatía, columna vertebral del comportamiento
moral compasivo, está disminuyendo entre los estudiantes universitarios11.
Por lo visto, la cultura estadounidense puede estarse desviando cada vez más de
las prácticas sociales tradicionales que emergieron de nuestro ancestral
“ambiente de adaptación evolutiva”12.
Los antropólogos, quienes
han documentado la vida ancestral de los niños en las comunidades cazadoras y recolectoras
(que vienen a representar el “ambiente de adaptación evolutiva” donde se
presume que el género humano ha vivido durante el 99% de su existencia), han
observado que “los niños pequeños en estas culturas exhiben las siguientes
características:
§
Son arrullados frecuentemente;
§
son cargados, tocados o
mantenidos cerca de otras personas casi constantemente;
§
a menudo, reciben cuidados por
parte de otros individuos (adultos) diferentes a la madre (el padre y las abuelas,
en particular), aunque a veces también
los reciben de los hermanos mayores;
§
reciben pronta respuesta a sus
quejidos y llantos;
§
disfrutan jugando libremente
con niños de diferentes edades durante la infancia temprana”13;
§
nacen por parto natural;
§
y reciben lactancia materna durante
un periodo de entre 2 y 5 años.
Los estudios del
Laboratorio del Desarrollo Moral, de la Universidad de Notre Dame, entre otros, han documentado los efectos de
estas prácticas sobre el comportamiento de los niños, descubriendo las
relaciones con la inteligencia, la cooperación, la conciencia, la empatía, el
autocontrol, la agresión y la depresión.
De hecho, pareciera que en
los Estados Unidos hemos venido privando cada vez más a los niños de las prácticas
que promueven su bienestar y sentido moral:
§
Somos una de las naciones con
peores índices de mortalidad materna e infantil; en parte porque el sistema
gíneco-obstétrico está orientado hacia la eficiencia en vez de estarlo hacia el
bienestar de los niños y niñas14.
§
La lactancia materna a menudo
es desestimulada por un sistema médico que rutinariamente la obstaculiza durante
los primeros días de vida15.
§
Basándose principalmente en
miedos infundados y en casos extremos, los padres son incitados a dormir
separados de sus hijos, quienes con frecuencia tienen muy poco contacto físico con
las personas que los cuidan durante el día16.
§
Muchos padres creen que dejar
llorar a su bebé es compatible con una crianza adecuada —y no lo es17—.
§
En lugar de compartir el
cuidado de los chicos con otros miembros de la familia, lo que era típico de
nuestra especie18, muchos niños pasan sus primeros años en
guarderías con un clima emocional nada óptimo, donde se les brindan cuidados poco
individualizados o receptivos19.
§
En las escuelas y centros educativos
generalmente se distribuye a los niños separándolos por grupos de las mismas edades,
en los que rara vez se les permite jugar libremente con otros o con el mundo
natural, interfiriendo de esta manera con un desarrollo saludable tanto en lo físico
como en lo mental20.
Ahora podemos
cartografiar las consecuencias nada óptimas que acarrea esta clase de cuidados
o de crianza.
§
Los niños alimentados con
fórmula o tetero muestran peores resultados que los alimentados con lactancia materna en todos
los aspectos que se han examinado21,22.
§
La falta de contacto físico y
apoyo social van en detrimento del crecimiento y desarrollo de los niños23.
§
El descuidar frecuentemente a
los niños, al no ser receptivos a sus quejidos o llantos —tal vez porque los
padres o el personal de las guarderías están demasiado estresados—promueve el
desarrollo de un cerebro estresado, con resultados negativos en los planos
físico, social y moral24, 25.
§
El juego libre, actividad que
antes era la nota distintiva de la infancia, se está tornando cada vez más
raro, a pesar de que investigaciones recientes demuestran que es una actividad de
importancia crítica para el mantenimiento de la salud mental, y para el
desarrollo de la inteligencia y de un cerebro plenamente social26, 27, 28.
Todo esto es tan solo la punta
del iceberg. Cada vez resulta más claro que la manera cómo estamos criando a
los niños hoy día no es la manera para la cual los seres humanos fuimos
diseñados por la evolución. Como lo expresaran Thomas Lewis y colegas en su libro
Una Teoría general del amor: “Buena parte de la cultura estadounidense
moderna es un vasto experimento sobre los efectos de privar a las personas de
aquello que más ansían”29.
Los efectos adversos de
esta pérdida de prácticas ancestrales se están haciendo evidentes al comprobar
que el bienestar de los niños ha empeorado en los últimos 50 años30.
Características provocadas por el descuido y el abuso infantil, que solían
estar limitadas a un subconjunto de la población, se están volviendo ahora predominantes.
Numerosos niños y niñas están llegando a la escuela con escasas habilidades
sociales, poco control de las emociones y con hábitos que no promueven
conductas en pro de la sociedad o del éxito en la vida.
§
En los Estados Unidos hay epidemias
de ansiedad y depresión entre los jóvenes, o mejor dicho entre personas de
todas las edades, y son cifras reales, no se trata de estadísticas artificiosas
o de diagnósticos exagerados31.
§
Los porcentajes de niños cuyo
comportamiento resulta agresivo, delictivo o hiperactivo se estima alcanzan un 25%32.
§
La tasa de expulsión de niños
en el jardín de infancia33 y el número de niños menores de 5 años
con problemas psicosociales34 o bajo medicación psicotrópica ha aumentado
dramáticamente35.
§
Hace diez años se calculaba que
uno de cada cuatro adolescentes se encontraban en riesgo de desempeñarse muy
pobremente en la vida36; y estas tendencias no han mejorado37.
Aunque podríamos
continuar minimizando estos problemas y los riesgos que estamos asumiendo con
nuestras actuales formas de crianza, las tendencias negativas en cuanto al
bienestar infantil en los Estados Unidos sugieren la necesidad de reexaminar
nuestras prácticas culturales. En la medida en que nuestros hijos no son hilos plenamente
funcionales del tejido social, la calidad de nuestra fibra moral como cultura
va disminuyendo.
Lo que Darwin consideraba
el motor moral de la prosperidad humana podría estar en peligro. Prácticas y
creencias mal aconsejadas se han vuelto la norma, sin mucha fanfarria. Entre
ellas está el uso común del tetero o la leche de fórmula, el aislamiento de los
niños en sus cuartos, la creencia de que responder con prontitud a los quejidos
del bebé significa malcriarlo, el meterlos en guarderías con un cuidado
impersonal, y así sucesivamente. Exhortamos a los científicos y ciudadanos a
que reexaminen estas prácticas tan comunes o culturalmente aceptadas, prestando
atención a los posibles efectos a largo plazo sobre la persona. Se trata de un
problema ético.
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[i] Publicado originalmente el 15 de agosto de 2010, por Darcia Narváez,
en el blog Moral Landscapes, Psychology Today. http://www.psychologytoday.com/blog/moral-landscapes/201008/the-decline-children-and-the-moral-sense
[ii] Darcia Narváez es Profesora del Departamento de Psicología de la
Universidad de Notre Dame; Jaak Panksepp es Profesor del Departamento de
Veterinaria y Anatomía, Farmacología y Fisiología Comparadas de la Universidad
del Estado de Washington; Allan Schore es Profesor del Departamento de
Psiquiatría y Ciencias Bioconductuales de la Universidad de California.
[iii] Rominia Araujo es Egresada de la Escuela de Idiomas Modernos de la
Universidad Central de Venezuela.