viernes, 31 de enero de 2014

De antropología positiva, o por qué Hobbes estaba equivocado

Hoy por hoy, la llamada “psicología positiva”, que se enfoca en el bienestar o en la felicidad más que en lo enfermizo, es cada vez más popular. En cambio, hasta donde sé, la expresión “antropología positiva” se usa rara vez[1] y en otro sentido, más bien antiguo, como sinónimo de antropología empírica o científica, sin ningún acento especial en la plenitud humana o cultural. Por otra parte, más allá de las ciencias sociales, predomina en Occidente la visión hobbesiana según la cual homo homini lupus: “el hombre es el lobo del hombre”. En otras palabras, predominan las ideas de que los seres humanos son egoístas y malos por naturaleza; y de que su “estado de naturaleza” es la anarquía o la guerra. Por fortuna, poco a poco cobran fuerza enfoques que cuestionan esa visión y reivindican la idea, planteada entre otros por Santo Tomás, de que la naturaleza de los seres humanos es más bien sociable y bondadosa: naturaliter homo homini amicus[2].
Según la síntesis de Douglas Fry, por ejemplo, está surgiendo una nueva perspectiva de la evolución humana, que sin descartar de un todo la dimensión competitiva o conflictiva de la misma, se basa en recientes avances teóricos y en “un considerable caudal de datos sobre los seres humanos y los animales, para mostrar que la cooperación, el compartir, la ayuda y la reconciliación también tienen una sólida base evolutiva”[3]. Especialmente, lo que se sabe en la actualidad sobre las “pequeñas bandas de cazadores y recolectores”, quienes representarían por mucho la mayor parte de la historia de nuestra especie, indica que Hobbes estaba equivocado al pensar que no es posible vivir en paz sin un Estado que imponga algún orden. Así, según una enciclopedia enteramente dedicada a las culturas de cazadores-recolectores: “La evidencia indica que han vivido juntos [hasta hace poco] sorprendentemente bien, resolviendo sus problemas entre ellos, básicamente sin recurrir a figuras de autoridad y sin una particular propensión a la violencia. Esto no concuerda con la situación que Thomas Hobbes, el gran filósofo del siglo XVII, resumió en la famosa frase de ‘la guerra de todos contra todos’”[4].  
Claro, inmersos como estamos los venezolanos en un período histórico de crispación y agudo conflicto, estas disquisiciones pueden lucir absolutamente ociosas o inútiles. Sin embargo, aunque las ideas o preconcepciones con las que vivimos pueden ser inmateriales, se traducen en consecuencias perfectamente reales o palpables. Si damos por sentado que como seres humanos estamos condenados a robarnos y matarnos unos a otros, entonces sin duda nuestro destino se decidirá entre los malandros y los grupos de exterminio, entre la guerrilla y las organizaciones de autodefensa, o en las manos de incontables mafias de todo pelaje y color. Para vivir en paz, ante todo debemos creer que es posible, y además aprender de quienes la practican o han practicado por mucho tiempo.
En ese sentido, hay que tener en cuenta los problemas de escala y tipo de organización. Porque no es lo mismo mantener la paz entre un limitado número de familias o de tribus, que valoren la igualdad, a mantenerla entre millones de personas, que valoren la obediencia y las jerarquías. Para la antropología es muy claro, de nuevo según Fry[5], que a mayor complejidad social, mayor es la dificultad de preservar la paz. Pero en todo caso es posible, y los modelos a seguir incluyen desde los aborígenes australianos hasta la Unión Europea. Al comparar esos modelos, se desprende que los “sistemas de paz” exitosos parecen tener seis características distintivas:  (a) una identidad social abarcante, o lo que es lo mismo, un “nosotros” extendido; (b) interconexiones entre subgrupos; (c) interdependencia; (d) valores no bélicos; (e) simbolismos y ceremonias que refuerzen la paz; y (f) instituciones de un orden o nivel superior para el manejo de conflictos ―lo cual no necesariamente implica un gobierno común o centralizado―.
El tema, por supuesto, merece analizarse con más detenimiento o profundidad. Pero lo menciono aquí, aunque no sea antropólogo, por su gran importancia social. Dejándonos llevar por una antropología de sentido común, aún demasiado marcada por Hobbes, nuestras respuestas a la violencia seguramente serán clamar por la pena de muerte, o si el Estado en el que vivimos no nos merece confianza, disponernos a organizar algunos linchamientos en nuestro vecindario. Pero ahora contamos con una base de datos antropológicos y etológicos que Hobbes nunca tuvo. Ahora sabemos que la paz es tanto o más natural que la violencia. Ahora podemos recurrir a las emergentes psicología, antropología y economía positivas[6], así como a la psicología del desarrollo moral, entre otros enfoques, para diseñar y construir instituciones cada vez más justas y armoniosas.
En fin, volviendo a la situación venezolana, si prestamos atención a Fry y a otros estudiosos de la paz, salta a la vista que las mejores respuestas a la ola de violencia por la que estamos atravesando no son ni militarizar las calles,  ni rebajar la edad desde la cual se puede meter preso a un muchacho. Si el gobierno actual realmente desea promover la paz, mucho más lógico sería empezar recomponiendo el “nosotros” y nuestras instituciones. Recordar que venezolanos o patriotas somos todos, independientemente de si somos opositores, oficialistas o ni-nis, y disponerse a relegitimar las instituciones clave del país con un alto grado de consenso político y social. Empezando por aquellas como la Contraloría, cuyo titular falleció hace tiempo, o el Poder Electoral, cuyos Rectores tienen el período vencido; pero incluyendo también a aquellas considerablemente desprestigiadas por el sectarismo y la corrupción ―como es el caso del Poder Judicial―. Supongo que por haber pasado ya las fechas de pedirle deseos al Niño Jesús, estas reflexiones sonarán demasiado ingenuas. Pero lo verdaderamente ridículo es financiar desde el Estado bandas de motociclistas armados, y permitirles cualquier desmán que se les antoje, para luego echarle la culpa de la creciente violencia a los fotógrafos de sucesos y a los guionistas de telenovelas.     


[1] Una excepción la ofrece Fischer, Ted (2010, July 16). A Positive Anthropology. Anthropological Observations... [Blog]. Disponible en http://anthropologicalobservations.blogspot.com/2010/07/positive-anthropology.html
[2] Véase a Scheule, R. M. (2012). “Evolutionary Ethics 2.0”? Evolutionary Anthropology’s Findings about the Nature of Man. Disponible en http://www.con-spiration.de/texte/english/2012/scheule-e.html
[3] Fry, Douglas P. (2012). Life without War. Science, No. 336, pp. 879-884.
[4] Lee D., y Daly, R. Introducción a la Cambridge Encyclopedia of Hunters and Gatherers, citados por Fry, D. P. (2007). Beyond War, The Human Potential for Peace. New York: Oxford University Press.
[5] Op. cit., Life without War, p. 881.
[6] “Una economía positiva es una economía que adapta al capitalismo a fin de asegurarse que éste asuma una perspectiva a largo plazo”. LH Forum. Movement for a Positive Economy. [Página en línea]. Disponible en http://www.lh-forum.com/