lunes, 7 de abril de 2014

El chavista democrático... ¿cómo es? ¿a qué dedica el tiempo libre?

Por aquí y por allá, en los escritos de analistas muy serios, me he topado varias veces con la enigmática expresión “chavismo democrático”. Expresión que me ha producido muchísimo más asombro que cualquier programa especial sobre el monstruo del lago Ness, el chupacabras o los alienígenas ancestrales. Hasta el punto de que sin poder evitarlo, mientras mal que bien trato de mantener mis rutinas en medio de esta “guerra civil de baja intensidad”, una y otra vez me distraigo, intentando imaginarme a un chavista democrático de carne y hueso, y planteándome todo tipo de preguntas al respecto: “¿Y cómo es él? ¿De dónde es? ¿A qué dedica el tiempo libre? ¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?” Todo ello para invariablemente concluir, como lo podría haber hecho José Luis Perales, que “es un ladrón, que me ha robado todo”. 

Dicho de otro modo, si los chavistas democráticos realmente existen, del adjetivo “democrático” lógicamente se deducirían un montón de obligaciones o de conductas concretas. Un chavista cabalmente democrático, por ejemplo, debería haber puesto el grito en el cielo, como cualquier otro ciudadano, al oir de boca del propio Ministro de Educación, que para este gobierno es preferible mantener pobres a los pobres, antes que correr el riesgo de que al salir de la pobreza se conviertan en opositores al gobierno. Un chavista que fuese democrático, digamos que a un 75%, tendría que haber manifestado su preocupación ya en 2010, porque el chavismo haya logrado la mayoría en la Asamblea Nacional, no a punta de votos, sino mediante la previa modificación a su antojo y conveniencia de las circunscripciones electorales (lo que se conoce como gerrymandering), entre otras marramucias[1]. Incluso un chavista que fuese democrático solamente los fines de semana, tendría que haber cuestionado a cuenta de qué Diosdado Cabello opera por sí solo como Capitán activo, Comisión de la Verdad, ancla del Canal de Televisión del Estado, máxima autoridad del “contra-ataque fulminante”, e instancia jurídica más suprema que el mismísimo Tribunal “Supremo”. Sin mencionar que su hermano preside nada más y nada menos que el SENIAT ―como quien dice a pata'e mingo de la caja, no tan chica, de la nación―. Y hasta un chavista que tan solo pretendiera hacerse pasar por democrático, tendría que haber censurado, públicamente, las últimas bajezas de Kevin Ávila y de sus secuaces armados, no sólo golpeando sino también desnudando a los estudiantes de la UCV...

En todos esos casos y en muchos otros que sería interminable enumerar, lo verdaderamente democrático habría sido que los militantes y los votantes del oficialismo hubiesen dejado de hacerse los desentendidos y hubiesen elevado su voz para decir algo como: Un momentico, yo seré de izquierda, o yo comulgaré con el socialismo humanista del siglo XXI, pero yo rechazo eso de plano, porque no es justo, porque es insólito, porque sencillamente no puede ser, porque contradice rotundamente los valores que proclamamos a los cuatro vientos, porque mi conciencia no me dejaría dormir tranquilo si me quedara callado, o porque la historia, a través de nuestros propios hijos y nietos nos lo van echar en cara tarde o temprano.

Hablando de historia, por cierto, el ensordecedor silencio del chavismo democrático me recuerda un libro titulado “No sólo Hitler”, en el que Robert Gellately rechaza de plano  la idea de que los horrores del nazismo se debieron a que el Führer y una camarilla de psicópatas lograron aterrorizar o lavarles el cerebro a unos 60 millones de alemanes, que en realidad no tenían idea de lo que estaba pasando en los campos de concentración. Sin duda, sostiene el mencionado profesor, allí hubo una hábil administración de la fuerza y de la propaganda, pero el genocidio se facilitó porque la mayoría de los alemanes aceptó con  entusiastamo la idea de que eran social y racialmente superiores: “Un rasgo característico del Tercer Reich, que lo distingue del fascismo italiano, fue que el régimen no tuvo dificultad en conseguir la colaboración de los ciudadanos de a pie. La población cooperó en la puesta en práctica del antisemitismo y en la aplicación de las medidas raciales a los trabajadores extranjeros” [2].  

Análogamente, y salvando las distancias entre ambos casos, yo dudo mucho que la mayoría de los  chavistas sean en esencia bienintencionados demócratas, inocentemente engatusados por “Venezolana” de Televisión o por las casi diarias cadenas de Maduro. Tal vez esté pecando de prejuicioso, pero creo que a estas alturas del partido, quien siga estando engañado es porque desea fervorosamente que le continúen cayendo a cuentos, y para facilitarlo ha decidido cerrar los ojos. Según lo dijo Maquiavelo: “Los hombres son tan simples, y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar”. Y conste que lo dijo mucho antes de que se inventaran los SMS, el Twitter o Youtube.


En cualquier caso, como no dispongo de datos sobre qué porcentaje del chavismo es el que engaña, cuál el que se deja engañar, y cuál no necesita que lo engañen porque es descaradamente contrario a la democracia y a los derechos humanos, trataré de mantener la mente abierta sobre la hipotética existencia de chavistas que, si bien en apariencia se mantendrían leales a su causa, en su fuero más íntimo estarían avergonzados de ello, por conservar todavía un corazoncito democrático. Y si un día de estos por casualidad llegara a tropezarme con una de esas personas, lo que le diría, recurriendo otra vez a la misma canción, es: “Mirándote a los ojos juraría que tienes algo nuevo que contarme. Empieza ya ... [a expresarte. Sal del clóset.] No tengas miedo. Quizás para mañana sea tarde”.  




[1] Monaldi, Francisco J. (2010, 30 de septiembre). 2 + 2 no son cuatro: por qué con menos votos el oficialismo obtuvo más diputados en Venezuela. Prodavinci. Disponible en: http://prodavinci.com/2010/09/30/actualidad/2-2-no-son-cuatro-por-que-con-menos-votos-el-oficialismo-obtuvo-mas-diputados-en-venezuela/
[2] Gellately, Robert (2005). No sólo Hitler, (La Alemania nazi entre la coacción y el consenso). Barcelona: Crítica, p. 350.