Por aquí y por allá, en los escritos de analistas muy serios, me he
topado varias veces con la enigmática expresión “chavismo democrático”.
Expresión que me ha producido muchísimo más asombro que cualquier programa especial
sobre el monstruo del lago Ness, el chupacabras o los alienígenas ancestrales. Hasta
el punto de que sin poder evitarlo, mientras mal que bien trato de mantener mis
rutinas en medio de esta “guerra civil de baja intensidad”, una y otra vez me
distraigo, intentando imaginarme a un chavista democrático de carne y hueso, y planteándome
todo tipo de preguntas al respecto: “¿Y cómo es él? ¿De dónde es? ¿A qué dedica
el tiempo libre? ¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?” Todo ello para invariablemente
concluir, como lo podría haber hecho José Luis Perales, que “es un ladrón, que
me ha robado todo”.
Dicho de otro modo, si los chavistas democráticos realmente existen, del
adjetivo “democrático” lógicamente se deducirían un montón de obligaciones o de conductas concretas. Un chavista cabalmente democrático, por ejemplo, debería haber
puesto el grito en el cielo, como cualquier otro ciudadano, al oir de boca del
propio Ministro de Educación, que para este gobierno es preferible mantener
pobres a los pobres, antes que correr el riesgo de que al salir de la pobreza
se conviertan en opositores al gobierno. Un chavista que fuese democrático,
digamos que a un 75%, tendría que haber manifestado su preocupación ya en 2010,
porque el chavismo haya logrado la mayoría en la Asamblea Nacional, no a punta
de votos, sino mediante la previa modificación a su antojo y conveniencia de las
circunscripciones electorales (lo que se conoce como gerrymandering), entre otras marramucias[1].
Incluso un chavista que fuese democrático solamente los fines de semana, tendría
que haber cuestionado a cuenta de qué Diosdado Cabello opera por sí solo como Capitán
activo, Comisión de la Verdad, ancla del Canal de Televisión del Estado, máxima
autoridad del “contra-ataque fulminante”, e instancia jurídica más suprema que
el mismísimo Tribunal “Supremo”. Sin mencionar que su hermano preside nada más
y nada menos que el SENIAT ―como quien dice a pata'e mingo de la caja, no tan
chica, de la nación―. Y hasta un chavista que tan solo pretendiera hacerse pasar
por democrático, tendría que haber censurado, públicamente, las últimas bajezas
de Kevin Ávila y de sus secuaces armados, no sólo golpeando sino también desnudando a los
estudiantes de la UCV...
En todos esos casos y en muchos otros que sería interminable enumerar, lo
verdaderamente democrático habría sido que los militantes y los votantes del oficialismo
hubiesen dejado de hacerse los desentendidos y hubiesen elevado su voz para
decir algo como: Un momentico, yo seré de izquierda, o yo comulgaré con el socialismo
humanista del siglo XXI, pero yo rechazo eso de plano, porque no es justo,
porque es insólito, porque sencillamente no puede ser, porque contradice
rotundamente los valores que proclamamos a los cuatro vientos, porque mi
conciencia no me dejaría dormir tranquilo si me quedara callado, o porque la
historia, a través de nuestros propios hijos y nietos nos lo van echar en cara tarde
o temprano.
Hablando de historia, por cierto, el ensordecedor silencio del chavismo
democrático me recuerda un libro titulado “No sólo Hitler”, en el que Robert Gellately
rechaza de plano la idea de que los horrores del nazismo se debieron a que
el Führer y una camarilla de psicópatas lograron aterrorizar o lavarles el
cerebro a unos 60 millones de alemanes, que en realidad no tenían idea de lo que
estaba pasando en los campos de concentración. Sin duda, sostiene el mencionado
profesor, allí hubo una hábil administración de la fuerza y de la propaganda,
pero el genocidio se facilitó porque la mayoría de los alemanes aceptó con entusiastamo la idea de que eran social y
racialmente superiores: “Un rasgo característico del Tercer Reich, que lo
distingue del fascismo italiano, fue que el régimen no tuvo dificultad en
conseguir la colaboración de los ciudadanos de a pie. La población cooperó en
la puesta en práctica del antisemitismo y en la aplicación de las medidas
raciales a los trabajadores extranjeros” [2].
En cualquier caso, como no dispongo de datos sobre qué porcentaje del
chavismo es el que engaña, cuál el que se deja engañar, y cuál no necesita que lo
engañen porque es descaradamente contrario a la democracia y a los derechos
humanos, trataré de mantener la mente abierta sobre la hipotética existencia de
chavistas que, si bien en apariencia se mantendrían leales a su causa, en su
fuero más íntimo estarían avergonzados de ello, por conservar todavía un
corazoncito democrático. Y si un día de estos por casualidad llegara a tropezarme
con una de esas personas, lo que le diría, recurriendo otra vez a la misma canción,
es: “Mirándote a los ojos juraría que tienes algo nuevo que contarme. Empieza
ya ... [a expresarte. Sal del clóset.] No tengas miedo. Quizás para mañana sea
tarde”.
[1] Monaldi,
Francisco J. (2010, 30 de septiembre). 2 + 2 no son cuatro: por qué con menos
votos el oficialismo obtuvo más diputados en Venezuela. Prodavinci. Disponible en: http://prodavinci.com/2010/09/30/actualidad/2-2-no-son-cuatro-por-que-con-menos-votos-el-oficialismo-obtuvo-mas-diputados-en-venezuela/
[2] Gellately, Robert (2005). No sólo Hitler, (La Alemania nazi entre la
coacción y el consenso). Barcelona: Crítica, p. 350.