lunes, 12 de agosto de 2013

Una escuela sin recreo no es una escuela na'

"Lo opuesto al juego no es el trabajo, sino la depresión".
Brian Sutton-Smith

Conversando hace poco con el amigo Fernando Pereira, me contaba él que en sus investigaciones para cecodap ha sabido de escuelas venezolanas, públicas y privadas, donde los niños no tienen recreo. Los motivos parecen ser diversos.  En algunos casos parecen ser administrativos, cuestiones de horario; posiblemente relacionadas con la nueva ley del trabajo —digo yo, especulando—. Es claro que a veces la infraestructura tiene parte de la culpa; las escuelas son casas pequeñas o mal adaptadas, sin un patio donde los chiquillos puedan correr o saltar libremente. Y en no pocos casos las razones son absolutamente absurdas: se les prohibe a los niños correr o jugar... ¡para que no suden! 

Quizás lo más triste de todo sea que algunos representantes no entienden la gravedad de esta situación y se complacen porque sus hijos no están “perdiendo el tiempo” con jueguitos. Problemas parecidos, en todo caso, afectan a muchos otros países, a pesar de que la Convención de los Derechos del Niño y las legislaciones derivadas de ella, como la lopnna, establecen el derecho de los jóvenes a la recreación.

Pero no es el punto de vista legal lo que me interesa tocar aquí, sino las serias implicaciones, en materia de salud mental, de negarles el recreo a los muchachos. Situación que resulta aún más grave si tomamos en cuenta que, por razones de seguridad, cada vez más familias les prohiben a los pequeños jugar en la calle o en el vecindario (un programa más o menos reciente, del canal Home & Health, titulado “La infancia perdida” [i], discutía el asunto en ambos contextos, el escolar y el familiar).

En efecto, parece claro que en las ciencias humanas ha venido ganando terreno la idea de que probablemente no haya un tiempo más valioso, desde un punto de vista educativo, que el que se dedica al juego libre, social y no competitivo. A la inversa, el declive del juego libre, común hasta apenas unas décadas, parece estar asociado a un alza de problemas como la ansiedad, la depresión e incluso el suicidio. En los Estados Unidos, por ejemplo, la tasa de suicidios entre menores de 15 años se cuadruplicó desde los años de 1950 al 2005; y ese cambio, así como otros índices de un considerable deterioro de la salud mental no parecen estar relacionados con ningún ciclo económico o político. Más bien, parecen estar relacionados con la manera en que los jóvenes ven el mundo, y en particular, con un menor sentido de control sobre sus vidas. Una creciente mezcla de narcisismo y materialismo también parecen tener mucho que ver [ii].  

Por fortuna, hay un creciente número no sólo de libros y autores sino también de experiencias y hasta de movimientos dedicados a subsanar la “privación de juego”, o a promover intervenciones terapéuticas basadas en el juego. De hecho, hasta hay un nuevo perfil profesional, al que han dado en llamar playworkers (literalmente “trabajadores del juego”), que hasta donde entiendo no son “recreadores”, como los que suelen amenizar fiestas infantiles, sino más bien una clase de docentes, o de “orquestadores de juegos”, diría yo, encargados de crear ambientes físicos y sociales propicios para el juego libre, según los distintos rangos de edad o ambientes institucionales. Hasta donde he podido apreciar, en una exploración admitidamente superficial, el Reino Unido parece llevar la delantera en estos terrenos.

Entre los autores más citados sobre el tema, Peter Gray [iii] señala cinco grandes formas en que el juego beneficia a los chicos:
1.      El juego le da a los niños oportunidad de explorar y desarrollar autónomamente sus propios intereses (en lugar de buscar constantemente la aprobación de los adultos).
2.      Es a través del juego que los niños aprenden por primera vez cómo tomar decisiones, resolver problemas, autocontrolarse y seguir reglas.
3.      Durante el juego, los niños aprenden a manejar sus emociones, incluyendo la ira y el temor.
4.      El juego ayuda a los niños a hacer amigos y a relacionarse unos con otros en pie de igualdad.
5.      Y lo más importante, el juego es una fuente de felicidad.

Deteniéndome, por ahora, tan solo en el cuarto beneficio, Gray dice al respecto:
“El juego social, por su propia naturaleza, es una actividad igualitaria. Una característica fundamental del juego es que es voluntaria; los jugadores son libres de abandonar en cualquier momento, y cualquier jugador que se sienta abusado o menospreciado se irá. Para que el juego continúe —ya sea que se trate de un agárrame si puedes, una fantasía sociodramática, o un juego de pelota improvisado— es esencial mantener felices a los demás jugadores, o al menos suficientemente felices como para que no desistan. Las reglas deben negociarse, de modo que todo el mundo consienta, o si no los disidentes se marcharán. Del mismo modo, durante el juego, cada uno de los jugadores debe sintonizarse con las reacciones emocionales de los demás, porque quienquiera que se altere demasiado dejará de jugar. Si demasiados chicos dejan de jugar, el juego se acabó. Es parte de la naturaleza de la infancia que los niños quieran jugar con otros niños, pero para lograrlo tienen que aprender y practicar las formas de relacionarse con otros, como iguales” [iv]
En fin, es con base en este tipo de razones e investigaciones que digo que una escuela sin recreo no es una escuela de verdad, sino el remedo de una fábrica, de un cuartel o hasta de una prisión. En realidad, un sentido del juego es indispensable no sólo para la salud física y mental de la infancia, sino también para que los adultos logren establecer relaciones humanas armoniosas, alcanzar un pleno desarrollo moral y autorrealizarse. Pero limitándome aquí al tema inicial, solo cabe reiterar que privar del juego a los niños o niñas, sistemáticamente, además de ser una flagrante violación a la lopnna, es también un crimen, en todo el sentido de la palabra, aunque las heridas seguramente no serán evidentes de inmediato, sino a futuro, bajo la forma de crecientes índices de drogadicción, violencia, trastornos narcisistas, depresión crónica y suicidio.  




[ii] Gray, Peter (2011). The Decline of Play and the Rise of Psychopathology in Children and Adolescents , American Journal of Play, 3(4), pp. 447-452. http://www.psychologytoday.com/files/attachments/1195/ajp-decline-play-published.pdf
[iii] Aquí me apoyo en la síntesis de Entin, Esther, (Oct 12, 2011). All Work and No Play: Why Your Kids Are More Anxious, Depressed. The Atlantic. http://www.theatlantic.com/health/archive/2011/10/all-work-and-no-play-why-your-kids-are-more-anxious-depressed/246422/
[iv] Op. cit., pp. 456-457.