sábado, 31 de enero de 2015

Madurez moral y verdad: el enfoque de John C. Gibbs

(Gracias a la gentileza de los editores, a continuación la versión castellana de la reseña publicada en catalán por el Anuari de psicologia de la Societat Valenciana de Psicologia, 2013-2014, Vol. 15, pp. 195-197).

Desarrollo moral y realidad: Reseña de Gibbs, John C. (2014)[i]


Este es, sin duda, un libro de gran envergadura y trascendencia. La envergadura se puede apreciar en el hecho de que el autor, quien ha escrito más de 80 artículos o capítulos de libros sobre distintos aspectos del desarrollo moral, nos ofrece en este texto un compendio de su obra. Y la trascendencia queda de manifiesto no sólo por la importancia de los temas que trata, como el comportamiento prosocial, el tratamiento de los jóvenes antisociales y el sentido último de la moralidad, sino también por la profundidad o propiedad del análisis. Porque siendo el desarrollo moral un tema tan exigente desde el punto de vista epistemológico, en esta área los simples inventarios de estudios experimentales o resultados estadísticos tienden a ser confusos o de poca utilidad. Pero si bien Gibbs está al día con la literatura empírica, el hilo de su argumentación no gira en torno a ella, sino en torno a la peliaguda cuestión de en qué grado o en qué sentido se puede decir que ciertos conocimientos morales son verdaderos u objetivos. No en balde el texto hace referencia a la realidad.    
En este último sentido, es claro que el enfoque de Gibbs preserva diversos componentes fundamentales del legado de Lawrence Kohlberg, aunque ya desde los años 70 también había empezado a proponer la revisión de otros, sobre todo los relacionados con el desarrollo moral adulto y lo que Kohlberg llamaba el “nivel postconvencional”. Nivel que Gibbs descarta, distinguiendo más bien entre el desarrollo moral “estándar”, el cual abarca (con ciertas reformulaciones o adaptaciones) las cuatro primeras etapas descritas por Kohlberg, y el desarrollo moral “existencial”, que puede superponerse con el estándar, a partir de la adolescencia, pero que en todo caso no procede según etapas, en el sentido estricto o Piagetiano del término. 
Otra forma en la que Gibbs procura actualizar o reconsiderar el legado kohlbergniano es equilibrando la importancia que se debe conceder a los aspectos cognitivos y afectivos del desarrollo moral. El primer tercio del libro, aproximadamente, se dedica a ello, al discutir detalladamente las congruencias y discrepancias entre la teoría Kohlbergniana y las teorizaciones de Martin Hoffman sobre el desarrollo de la empatía y su significación moral.
Una de las añadiduras a la tercera edición de este texto, es un capítulo (el segundo) y diversas referencias dedicadas a los planteamientos de Jonathan Haidt, quien afirma haber logrado una “nueva síntesis” de la psicología moral, y quien ciertamente ha logrado gran popularidad entre las audiencias estadounidenses. Gibbs reconoce como estimulantes algunos de los desafíos o cuestionamientos de Haidt, entre ellos el énfasis sobre el procesamiento rápido y preconsciente o emotivo de una situación, así como la necesidad de prestar atención a los aspectos filogenéticos y neurológicos de las emociones vinculadas con la moralidad. “Sin embargo, en un análisis final, las serias limitaciones (un sesgo negativo, la negación de la prescriptividad y el relativismo moral) de la teoría de Haidt opacan sus contribuciones”[ii]. Efectivamente, en mi modesta opinión, aunque los trabajos de Haidt no están desprovistos de mérito, en lo que atañe al legado kohlbergniano su “síntesis” es más bien una caricatura o grosera distorsión del mismo. Y desde el punto de vista de la educación moral, el marcado relativismo de sus planteamientos los torna irrelevantes. Dicho de otro modo, al prácticamente reducir la moralidad a cuestiones de gusto o de retórica, el pensamiento de Haidt podrá resultar muy popular en la arena política estadounidense, pero sirve de muy poco para encarar los problemas de fondo de la educación moral o de la ética en general.
En el segundo tercio del libro, aunque también hay interesantes aportes teóricos, el énfasis recae más bien en la aplicación del enfoque previamente elaborado a los dos grandes extremos de la relación entre el comportamiento y la moralidad: el comportamiento prosocial y el comportamiento antisocial. Particularmente esclarecedora, a mi modo de ver, es la discusión de un caso tristemente célebre, el de Timothy McVeigh, quien en 1995 voló un edificio gubernamental en la ciudad de Oklahoma, dejando un saldo de 168 muertes y más de 600 heridos. Si bien McVeigh clamó haber actuado justicieramente, en venganza por las muertes ocurridas exactamente dos años antes, en el asedio de Waco, el análisis de Gibbs muestra claramente que McVeigh no fue de ningún modo un “ejemplar moral”, sino una persona con un considerable temple personal, puesto al servicio de un sentido moral gravemente inmaduro y distorsionado por el odio.
De hecho, el caso de McVeigh, ciertamente inusual desde un punto de vista estadístico, ilustra de modo elocuente los tres grandes rasgos que caracterizan a los delincuentes juveniles: un retraso del desarrollo moral; distorsiones cognitivas egocéntricas; y habilidades sociales deficitarias. Mientras que el Capítulo 7 se le dedica a profundizar en esa caracterización, el Capítulo 8 se le dedica a presentar un enfoque cognitivo conductual y diversas herramientas específicas para el tratamiento del comportamiento antisocial entre jóvenes. Todo ello integrado dentro de un modelo llamado EQUIP, el cual ha sido implementado o adaptado en diversas instituciones de los Estados Unidos y Europa, con beneficios substantivos cuando el entrenamiento del personal y el número de sesiones por semana son adecuados. En una de las evaluaciones, por ejemplo, el porcentaje de reincidencia un año después, fue del 15% en el grupo experimental, mientras que el del grupo control fue de un 40.5%[iii].
Como si todo lo anterior fuese poco, antes de cerrar el texto Gibbs pasa revista a dos casos de experiencias cercanas a la muerte, y del profundo cambio o crecimiento moral que significaron para quienes tuvieron esas experiencias. A juicio de un ilustre investigador de la psicología moral, con quien tuve el placer de conversar en uno de los congresos anuales de la Asociación para la Educación Moral (y a quien no viene al caso identificar aquí), esa parte de la argumentación de Gibbs sería la “más débil” del libro. Punto de vista que no comparto, aunque como es obvio, la significación última de la vida y de la muerte son temas que difícilmente pueden abordarse mediante cuidadosos diseños experimentales o los más novedosos paquetes estadísticos. Pero a mi modo de ver, una psicología moral que pretenda eludir esa clase de temas, o que se limite a responder que esos significados dependen del cristal local o cultural con que se les mire, sencillamente no merece ser considerada una psicología moral. Por lo demás, a mi juicio, en el análisis que Gibbs hace de ese tipo de experiencias no hay nada de estrafalario o de fantasioso, ni tampoco algún paso de contrabando hacia el terreno de la religión. Porque si bien lo que pueda haber más allá de la vida ciertamente no está a nuestro alcance como investigadores de las ciencias humanas, las circunstancias objetivas de las experiencias cercanas a la muerte, y los cambios psicosociales que se puedan desencadenar a raíz de esas experiencias, son perfectamente susceptibles de ser documentados y analizados con rigor.
En cualquier caso, juzgue el lector por sí mismo cuán ciertos o cuán inauditos son los argumentos fundamentales de Gibbs: “Si, [como asumo aquí] la vida está profundamente interrelacionada, si de algún modo somos parte, el uno del otro, entonces ponerse en el lugar de otro no es tan solo experimentar al otro, sino también experimentar parte de uno mismo. Y ayudar o hacerle daño a otros es en última instancia ayudarse o hacerse daño uno mismo”[iv].
En fin, por lo que a mí concierne, éste es sin duda uno de los más autorizados y valiosos libros de psicología moral que se hayan escrito, y aquí tan solo me queda hacer votos porque sea traducido, tan pronto como sea posible, al castellano, al catalán, y a cualquier otra comunidad linguística en donde el sentido de la vida y la educación moral sean temas de reflexión, debate o investigación sistemática.       




[i] GIBBS, John C. (2014). Moral Development & Reality. Beyond the Theories of Kohlberg, Hoffman, and Haidt. 3rd ed. New York, Oxford University Press, 355 pp.
[ii]In the final analysis, however, the serious limitations (negative skew; exclusion of prescriptivity; moral relativism) of Haidt’s theory overshadow its contributions”, Op. cit., p. 38.
[iii] Ibid., pp. 202-203.
[iv]If life is profoundly interrelated, if we are somehow part of each other, then to put oneself in another’s place is to experience not only the other but also part of oneself, and to help or hurt others is ultimately to help or hurt oneself”, Op. cit., p. 237. 

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