Aunque lo leí hace ya un par
de semanas, aún no logro asimilar un escrito reciente del reputado sacerdote salesiano
e investigador social Alejandro Moreno. Más que el artículo en sí, lo que me
perturba es un párrafo donde el estimado Alejandro, sus colegas, o sus entrevistados
―la autoría no queda del todo clara―, parecen reivindicar a los “malandros”
como una valiosa expresión folclórica o algo semejante. Cito:
“En el barrio nos sentimos
bien, digan lo que digan los de fuera, y sabemos que somos nosotros, que nos
distinguimos de los del otro barrio, porque tenemos nuestro nombre, nuestro
patrón, nuestras fiestas, nuestros malandros, nuestros políticos y politiqueros,
nuestras bodegas, nuestra licorería, nuestra escuela, nuestra iglesia y
nuestras iglesias. Nuestros tiroteos también, pero aunque no se crea, nuestra
seguridad, porque nuestros malandros son nuestros y no se meten con nosotros
que somos la trama familiar y social en la que ellos se mueven y la única en la
que pueden sobrevivir. Se tirotean entre ellos y ellos, no contra nosotros, y
ya sabemos que cuando hay tiros, no se debe uno asomar ni a la puerta ni a la
ventana, como en cualquier parte de la ciudad”[1].
Si entendí correctamente, estas no
son palabras textuales de alguien en particular, sino parte de un esfuerzo
colectivo por condensar lo que vendría a ser el punto de vista modelo o paradigmático
de nuestras comunidades populares. Lo problemático de tal esfuerzo es que en
esa clase de conceptualización parecen confundirse la abstracción propia de las
ciencias sociales o de los “tipos ideales” weberianos, con una reivindicación o
idealización más bien romántica (¿o religiosa?) de los barrios y de sus
habitantes. En consecuencia, resulta harto difícil desenmarañar allí qué es
descripción y qué son teorizaciones o interpretaciones normativas. Pareciera,
entonces, que la intención es combatir los prejuicios o estereotipos que critican
o denigran a las comunidades populares, con estereotipos opuestos, en los que
el orgullo de pertenecer a un barrio en particular se extiende a todas las
facetas de la comunidad, incluyendo las delictivas. Ahora bien, como a mí en lo
personal el punto de vista expresado me resulta alarmante, a continuación trataré
de cuestionarlo con la misma brevedad con que fue planteado, aunque a título
individual, sin pretender que al hacerlo represente entera o perfectamente a la
clase media, aunque sin duda me siento ubicado en ella.
Estimados habitantes del barrio
primigenio: Ante todo ténganse la bondad de revisar sus estadísticas, o de leer
con más cuidado las noticias de sucesos. Porque mucho me temo que la puntería
de sus malandros no es tan buena como creen, y la potencia de su armamento considerable.
Supondría uno que están ustedes al tanto de la cantidad de pacíficos y honestos
vecinos que han muerto o resultado heridos, no sólo en las calles del barrio
sino también dentro de sus humildes moradas, sin haberse asomado a ningún lado.
Por lo visto, las balas de alto calibre atraviesan el zinc y más de una pared
sin reparar en provincialismos o sentimientos de arraigo a sectores
específicos. (Por cierto, también parecen haberse olvidado ustedes de sus abundantes
niñas preñadas a los 14 años o antes). Pero sobre todo, suponiendo que todavía,
o en promedio, sea cierto que sus malandros no se meten con ustedes, ¿tendrían la
amabilidad de preguntarse a quiénes será que ellos asaltan, violan y matan? ¿será
de casualidad a compatriotas de algún barrio cercano, o de alguna urbanización
que ningún daño les han hecho? Y si no es ya mucho pedir, ¿no ven ustedes que
en la medida en que se asuman como la trama vital, familiar y social de los
malandros, en esa medida se hacen ustedes cómplices de sus crímenes?
Como el tema es claramente muy álgido
procuraré ser lo más preciso posible. Si lo escrito por Moreno y sus colegas es
inexacto, de antemano me retracto y les pido disculpas a ustedes. Pero si ese
texto efectivamente refleja la mentalidad y los valores de ustedes... es sencillamente
inconcebible para mí cómo pueden ustedes sentirse tan seguros y tan satisfechos
de sí mismos, sin el menor asomo de nada que se parezca a una autocrítica. Y lamentablemente
no podría uno más que concluir, tal como sugiere una vieja expresión, que
tienen ustedes dos ranchos: el físico, en el que tan orgullosa y felizmente dicen
vivir; y otro, virtual, en la cabeza.
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