Hace pocos
días, mientras miraba un video de los recientes hechos de Los Ruices, sufrí un ataque de compasión. En parte corriendo,
y en parte a gatas, para protegerse, un Guardia Nacional se iba aproximando a
un compañero, tirado en el suelo, boca arriba. Pero cuando al fin le tuvo
cerca, su reacción me resultó desconcertante, porque en lugar de algún gesto de
auxilio, lo que hizo fue halarlo bruscamente del pecho, y acto seguido soltarlo,
con la misma rudeza, se diría que con desprecio. Un instante después comprendí:
al ver la expresión del caído, o la gravedad de sus heridas, se había dado
cuenta de que ya poco o nada podía hacerse, y su gesto debe haber ido
acompañado de algunas palabras como “¡Coño, nos lo mataron!” Fue entonces
cuando, espontáneamente, me identifiqué con su dolor. Lo imaginé valiente,
habiéndose expuesto para socorrer a su compañero. Lo imaginé solidario,
pensando en los seres queridos del amigo agonizante. Lo imaginé vulnerable, a
pesar de su arma, de su casco y de todos sus arreos antimotines, que no
antibalas...
Digo que todo
aquello fue un “ataque de compasión”, recordando lecturas de psicología moral
en las que se comenta que, para sorpresa de muchos, Joseph Goebbels, el
tristemente célebre ministro de propaganda de Hitler, muchas veces experimentó
ataques de compasión ―y a veces hasta tuvo actos de misericordia― hacia los
judíos que estaba decidido a exterminar.
Lo que pasa es que, interpretándolos como debilidades pasajeras, Goebbels se las arregló para hacer a un lado
esos impulsos o episodios de piedad, y así continuar con su labor genocida. La
moraleja psicológica de ese y otros ejemplos trata de hacernos ver que no
siempre la emoción representa al mal y la razón a la moralidad, sino que a
veces sucede todo lo contrario. A veces es una razón descaminada o ideologizada
la que nos lleva a ser ciegos ante las verdades que para el corazón resultan
obvias.
Lo cierto
es que fue con esas lecturas en mente que empecé a preguntarme a mí mismo: ¿Estoy
haciendo lo mismo que Goebbels? ¿Estoy acallando, por razones puramente
ideológicas, mis propios “ataques” de compasión? ¿Me estoy autoinmunizando ante
el sufrimiento de una amplia porción de mis compatriotas? ¿Se me está encalleciendo el corazón, ante quienes
apoyan al gobierno? Honestamente creo que no. Pero no está de más mantenerse
alerta, para no deshumanizarse uno mismo, al deshumanizar a los que sienten y
piensan distinto. Por ejemplo, he visto
en algunos foros digitales cómo la tragedia que estamos viviendo es tratada
cual si fuese alguna especie de macabro campeonato deportivo, en el que se
dilucida cuál bando es más violento y terrorista, o viceversa, cuál bando es
más víctima inocente. Los estudiantes y manifestantes muertos, serían entonces
goles a favor, mientras que los guardias nacionales y los motorizados muertos
equivaldrían a goles en contra ―o a la inversa, según las simpatías políticas
de cada quien―. Ojalá, en lo íntimo de la conciencia de cada uno de nosotros,
podamos evitar esa clase de ópticas que solo presagian una tanda de penales en
la que el marcador final se contaría por miles o decenas de miles.
Pero aunque
la dimensión psicológica es sin duda de gran importancia, es claro que nuestros
problemas actuales no tienen que ver esencialmente con los porcentajes de razón,
de pasión o de compasión que cada uno de nosotros pueda demostrar, en la esfera
personal, sino sobre todo con las instituciones o conjuntos de normas diseñados
precisamente para contener y compensar los inevitables excesos o desequilibrios
individuales. Con otras palabras, el problema no es tratar de organizar al país
colocando los ángeles de un lado y los demonios del otro, pues como seres
humanos, todos tenemos algo de ambas cosas. El problema es que nuestras reglas fundamentales
sean lo bastante claras, lógicas y legítimas, y por ello respetadas, como para
generar cada vez más orden, prosperidad y justicia.
Por eso hay
una diferencia de fondo, o mejor dicho abismal, entre el daño que hace un
malandro que le arrebata un celular o una cámara a un transeúnte, y el que hace
un guardia o un policía nacional cuando se roba el teléfono de un manifestante,
o la cámara de un periodista, o cuando le abre paso y protege a un Tupamaro
para que sea él quien robe a placer. Quiero decir, supongamos que el valor del
bien o la gravedad de las lesiones son absolutamente iguales. En el primer
caso, aunque sea lamentable, la víctima es tan solo una persona, y si el
sistema institucional opera como se debe, la ley y la nación no solo salen
indemnes, sino que hasta se fortalecen. Mientras
que en el segundo caso, además de la persona directamente perjudicada, la
víctima es el sistema institucional, o lo que es lo mismo, la víctima somos
todos, porque se hiere a la confianza básica
en las normas sobre las cuales se funda cualquier nación o sociedad civilizada.
Por eso mismo, aunque se mantengan cómodamente lejos de la violencia, las omisiones
o alcahueterías de la Fiscal, la Defensora del Pueblo y demás altos cómplices
del régimen, son inconmensurablemente más dañinas y criminales que los
atropellos que tan descaradamente amparan, o hasta condecoran.
Claro, por su
propia naturaleza, inevitablemente abstracta, este tipo de daños o crímenes
pueden ser algo difíciles de entender o explicar. Por cierto, ese mismo día del
que hablo, también me vi forzado a ponerme en los zapatos de otra persona que
se hallaba en Los Ruices, filmando los acontecimientos desde su balcón. Porque
en su video, entre las detonaciones y el ruido de las cacerolas, por momentos se
alcanzaban a escuchar las preguntas de un nené:
![]() |
Guardias nacionales y civiles oficialistas atacando codo a codo la Universidad de los Andes, en la ciudad de Mérida |
Niño: ¿Y cómo si son los policías malos?
Padre: [No responde]
Niño: ¿Pero quiénes son los que lanzan las
bombas?
Padre: Los malos.
Niño: ¿Los ladrones?
Padre: No, los policías.
Niño: Pero si ellos están defendiendo,
entonces... si las bombas vienen p’acá, entonces... cómo ellos están...
Preguntas
que aparentemente quedan sin respuesta, tal vez en parte por lo alterado que
estaba el padre, y tal vez en parte porque no es nada fácil responder a una
criatura cómo es que en la Venezuela actual los uniformes y las acciones de los
buenos pueden ser idénticos a los de los malos. De hecho, no son solo los niños
quienes pueden tener dificultades para entender este tipo de cosas. Por
desgracia, son muchos los adultos para quienes las “instituciones”, la “legitimidad”,
o la “democracia” misma son nociones tan misteriosas o quiméricas como las
hadas y los unicornios.

Muy bueno. Lo voy a difundir.
ResponderEliminarLos peligros de hacernos ciegos ante el dolor del otro son grandísimos, y resultado y factor contribuyente de un sistema conflictivo.
Por otro lado, el tema de la actuación de "civiles" al lado de las fuerzas de seguridad es sin duda uno de los grandes escollos para encaminar este conflicto por cauces menos violentos. Peor aún cuando esas "fuerzas de seguridad" a menudo se comportan como malandros. Además de las agresiones y excesivo uso de la fuerza, hay numerosos testimonios de robo, y más macabro aún, de casos en los que mantienen incomunicados a los que agarran chantajeando a las familias para soltarlos sin pasar.
Dicho esto, cada vez que he visto la primera foto de tu post me pregunto: ¿allí hay un arma, o es una mano que señala? Ojo: Sí he visto fotos con armas en manos de "civiles" (tanto de personas que podría ser agentes sin uniforme, como de personas que parecen más bien ser civiles "acompañando" la represión), pero tengo mis dudas particulares sobre esta foto en particular.
Ante todo gracias por el feedback. Por un momento me hiciste dudar, porque en efecto la resolución de la imagen no es muy buena, y la pared del fondo torna aún más ambiguo el detalle de la mano. Pero ahora que la he vuelto a ver, creo que el lenguaje corporal del sujeto es más bien claro. Para señalar con el dedo no hace falta pararse así, ni darle la espalda a los que les estaría señalando algo. Para afinar la puntería y controlar mejor el natural retroceso de una pistola sí tiene sentido. En todo caso --y porfa discúlpame la elucubración sobre el lenguaje corporal, tal vez he visto demasiados capítulos de CSI y "Lie to me"-- en la página desde la cual la bajé, el contexto y los comentarios de quien se atribuye haberla tomado son bastante claros:
Eliminar"Esta foto lo dice todo: Colectivos civiles armados, disparan amparados por la Policía Nacional Bolivariana. #6M 12:21 pic.twitter.com/csRKYOvyIz
— Fran Monroy Moret (@fmonroy) March 6, 2014"
La página en cuestión es de "El Venezolano News":
http://elvenezolanonews.com/reportan-ataques-de-colectivos-armados-amparados-con-la-pnb-en-varias-zonas-de-caracas/
¡Excelente! Siguiendo con el tema Kohlberiano: ¿Sería en ese caso la emoción postconvencional, y la razón preconvencional?
ResponderEliminarNo del todo. Creo que empíricamente hay una correlación, que John Gibbs ha mostrado muy claramente, entre el razonamiento preconvencional, la inmadurez moral y el comportamiento delictivo, en la que se observa un pobre manejo de la ira, o de los impulsos. Mientras que en el nivel postconvencional hay claramente también una razón muy depurada, casi excelsa o kantiana. Pero en rigor, o teóricamente, todos los niveles de Kohlberg se refieren a la razón o pensamiento moral, y el rol de las emociones queda algo relegado. Creo que para subrayar el rol de las emociones hay que recurrir a otros enfoques o teorías. Como hace Gibbs, recurriendo a Hoffman y la noción de empatía, o como hace Darcia Narváez, planteando la importancia ancestral de la sociabilidad en las pequeñas bandas de cazadores y recolectores, o incluso para el cerebro de los mamíferos...
EliminarCoincido con Gaby, tengo dudas sobre esta foto en particular, pues no se ve claramente si el sujeto detenta un arma. Digo que me genera dudas porque no hace mucho, un motorizado que me adelanto en la autopista, molesto porque lo hice frenar, hizo el gesto completico de quien se saca un arma del cinturon para dispararme, incluso con la misma mano hizo el gesto de la detonacion; y todo esto ocurrio en solo segundos, en la via rapida.
ResponderEliminarDe lo que no me queda la menos duda es de los efectos y consecuencias a largo plazo que nos traeran estos actos de Lesa institucionalidad, por lo que coincido en cada letra con el autor. Pienso por ejemplo, en el nene que no entendia por que los policias eran los malos si se supone lo contrario...Que quedara formado como juicio moral en ese infante cuando tenga 12 o 15 anios por ejemplo. Pienso tambien, en como sin el menor escrupulo, toman una ambulancia y la llenan de malandros para saltarse una barricada y atacar a la gente que como uno toda la vida les ha dado paso cuando escucha la sirena. Con ese acto, no solo se pisoteo la convencion internacional de Ginebra, sino toda la fe y confianza en el personal de salud, que hasta ese momento tambien representaban a los" Buenos", en esta pseudo guerra tan desigual..
Me disculpo por la falta de ecentos gramaticales, pero trabajo desde una PC configurada en otro idioma.
Saludos a todos y gracias a mi amiga Gabrielle por pasarme este post.
Excelente. Tengo muchas discusiones con conocidos chavistas y no chavistas sobre la "equivalencia moral" que se le asigna a veces a la acción de un encapuchado versus la de un GNB. No es lo mismo que un loquito grite en la calle "y va a caer" a lo que tuiteó Ameliach. La responsabilidad no es la misma
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