La pregunta
no es ni hipotética ni ociosa, sino basada en hechos reales, aunque no fui
testigo de los mismos. Se trata de un caso que le fue relatado a mi esposa hace
algunas semanas, durante un taller sobre los derechos de la infancia: Una dama
y su hija se hallaban en una farmacia venezolana, haciendo algunas compras,
cuando ¡oh maravilla, apareció el papel higiénico!
Estando
clara de que el producto está racionado a un empaque de 4 rollos por persona, y
ya que cargaba su propio dinero consigo, la niña le propuso a su madre
contribuir con la economía familiar comprando un paquete a cuenta de su pequeño
y personal bolsillo. La madre, como era de esperarse, vio con buenos ojos la
iniciativa y así, cada una con su preciado paquete, llegaron a la caja. Pero
sucede que ―según el cajero― la niña no tenía derecho a hacer una transacción
de tamaña importancia, por lo cual se negó a cobrarle. En otras palabras
―podemos deducir― una niña no es una persona.
Sin
embargo, como también era de esperarse, el dictamen del cajero no fue acatado
sin chistar, y ante la enérgica protesta de la madre, los demás consumidores en
cola se polarizaron, unos poniendo el grito en el cielo por el atropello a la
jovencita, y otros quejándose por lo que consideraban una viveza de parte de la
madre. Dejo la anécdota en este punto, porque no creo que lo más importante del
incidente tenga que ver con lo que en definitiva haya decidido el gerente de la
tienda, la edad exacta de la niña o si el papel en cuestión era de los
económicos o de los de lujo. Mejor me parece ver el asunto en un contexto más
amplio o internacional, porque no es sólo en Venezuela donde los niños son cada
vez más importantes como consumidores, bien sea directamente, con el dinero de
sus mesadas, o indirectamente, al influir sobre los gastos familiares.
En los
Estados Unidos, por ejemplo, tal como lo expone Sandra Calvert[i],
el poder de compra de los niños y adolescentes ha venido aumentando
exponencialmente y su influencia sobre los gastos familiares se hace sentir
desde la elección de las comidas, hasta la selección de destinos vacacionales o
la compra de automóviles. Atentas a
estas tendencias, las compañías de publicidad y mercadeo han redoblado esfuerzos
por captar los mercados infantiles y crear lealtades desde las más tempranas
edades, a veces empleando métodos cuestionables, por la dificultad de los
pequeños para distinguir entre la realidad y la fantasía, o para comprender la
intención de los avisos publicitarios. De allí la necesidad, continúa exponiendo
Calvert, de que los padres actúen como mediadores y de que se formulen
políticas públicas que regulen no sólo la propaganda televisiva dirigida a
audiencias infantiles, sino también la que llega a través de internet o incluso
a través de las escuelas y los materiales educativos.
En ese
sentido, aunque el desarrollo cognitivo de los niños como consumidores se ha
estudiado aplicando las teorías de Piaget, entre otras, aún no se ha estudiado
lo suficiente si la creciente exposición a los avisos comerciales está haciendo
que los jóvenes sean cada vez más materialistas. “Las chicas preadolescentes,
por ejemplo, están comprando cada vez más y más ropas, maquillajes y demás
productos que antes iban dirigidos al mercado adolescente. Un equipo de trabajo
de la Asociación Estadounidense de Psicología ha argumentado que las fuertes
campañas de publicidad y mercadeo están conduciendo a la sexualización prematura
y a la explotación de las jovencitas”[ii].
Ahora bien,
volviendo al contexto local venezolano, tal vez haya quien considere que esta
clase de argumentos vienen a darle la razón al gobierno actual, siempre tan dispuesto a hablar pestes del capitalismo y del consumismo ―mientras sus
voceros, vestidos con costosísima ropa de marca, instigan al saqueo de televisores
de última generación―. Pero a mi modo de ver no es así. Por el contrario, si el
análisis especializado de algunas propagandas destinadas a vender muñecas y
carritos pone en duda su moralidad... ¿cómo puede alguien en su sano juicio justificar
que nuestro Ministerio de Educación asuma como tarea prioritaria la promoción en
las aulas de una parcialidad política?
Además,
como si esto último no fuese ya suficiente desgracia, conviene advertir que un
efecto neto de las políticas económicas que padecemos es la creciente
infantilización de la sociedad. Porque si bien la retórica gubernamental suele
vanagloriarse de estar empoderando a los niños, niñas y adolescentes, al irlo controlando
todo, desde el uso de las divisas, pasando por todo tipo de precios y
alquileres, hasta el contenido de los noticieros y la adquisición del papel
higiénico, en la práctica nos trata a todos los adultos como nenés de pecho,
incapaces de entender nada o de tomar decisión alguna sin la abusiva tutela de Papá
Giordani, hoy por hoy ampliamente reconocido como el más destructivo Ministro
de Economía del planeta.
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